Era realmente fácil. Bastaba con conectarse a internet, si estaba al otro lado era fácil. El problema es que muchas veces no aparecía, su conexión estaba bloqueada. Amador, el hombre con una habilidad en las manos propia de un encantador de serpientes, era el culpable.
Pero si en la red no lo veías, era suficiente una llamada. Lo intento, pero soy incapaz de recordar alguna ocasión en la cual dijera que no. Nunca dijo no a quedar por las tardes y comprar juntos, a apropiarnos de su habitación hasta convertirla en la habitación del mal, en hacer del domingo ruso el pistoletazo de salida, inolvidable para los maratonianos y los supporters.

Habrá gente que piense que no tenía el don de la palabra. No es cierto. Estamos de acuerdo en que no hablaba mucho, prefería sentarse a observar, a escuchar y de cuando en cuando fruncía su ceño manchego, mojaba los labios en cerveza y ese pequeño sorbo de combustible era suficiente para con dos frases sentar cátedra. Lo imagino sentado en un cerro con una hierba entre los dientes, leyendo cualquier libro de Delibes, y al pasar cada página echando un vistazo al rebaño. Cuando las ovejas chicas se despistan, silvando al perro pastor para que no olvide su trabajo. Y al caer la noche, sacando la navaja regalo de su padre, con su nombre, para que nadie se olvide de quien talla las mejores varas de pastoreo en Albacete.
Si los problemas son grandes, mira al cielo, suspira y vuelve a fruncir el ceño, ahora toma otro pequeño sorbo del botijo, pero no dice nada, no merece la pena lamentarse por aquello que no tiene una buena solución.
Se me hace difícil pensar que hasta hace una semana no tenía que hacer ningún esfuerzo para quedar con él, y cenar junto a Miguel, o correr, o bajar a Part Dieu, y ahora eso imposible. Veo como una puerta se cierra lentamente, y con todo lo que hicimos juntos las obligaciones nos separan. Pero lo veo tranquilo, con la hierba entre los dientes, tallando las mejores varas de la provincia y con la convicción de que pronto nos veremos.
No sé cual será el mejor recuerdo que tenga de él. Muchas veces hemos vuelto juntos por la noche en bici, hemos corrido una maratón, hemos entrenado, salido, bailado y (lo intentamos con éxito relativo) ligado. Los últimos días antes de irse sé que fueron tristes, pero su cara no reflejó más que en algún renuncio una mala mueca. Es un hombre de pequeños gestos, en cambio gran sentimiento.
Siempre sereno. En el cara a cara siempre, con generosidad, una sonrisa burlona. Cauto por naturaleza. Su arte en el baile se recuerda noche a noche en los barcos, que sin tan buen cliente esperan el deshielo para partir a su encuentro.
Si me tuviese que quedar con dos momentos, y sería como amputar los recuerdos, escojo dos abrazos, uno de reencuentro y otro de despedida. La despedida cuando cogiste el bus camino del aeropuerto. El reencuentro cuando en la meta de París nos abrazamos los tres: Miguel, tú y yo.
Enano, eres la ostia!!!
Pero si en la red no lo veías, era suficiente una llamada. Lo intento, pero soy incapaz de recordar alguna ocasión en la cual dijera que no. Nunca dijo no a quedar por las tardes y comprar juntos, a apropiarnos de su habitación hasta convertirla en la habitación del mal, en hacer del domingo ruso el pistoletazo de salida, inolvidable para los maratonianos y los supporters.

Habrá gente que piense que no tenía el don de la palabra. No es cierto. Estamos de acuerdo en que no hablaba mucho, prefería sentarse a observar, a escuchar y de cuando en cuando fruncía su ceño manchego, mojaba los labios en cerveza y ese pequeño sorbo de combustible era suficiente para con dos frases sentar cátedra. Lo imagino sentado en un cerro con una hierba entre los dientes, leyendo cualquier libro de Delibes, y al pasar cada página echando un vistazo al rebaño. Cuando las ovejas chicas se despistan, silvando al perro pastor para que no olvide su trabajo. Y al caer la noche, sacando la navaja regalo de su padre, con su nombre, para que nadie se olvide de quien talla las mejores varas de pastoreo en Albacete.
Si los problemas son grandes, mira al cielo, suspira y vuelve a fruncir el ceño, ahora toma otro pequeño sorbo del botijo, pero no dice nada, no merece la pena lamentarse por aquello que no tiene una buena solución.
Se me hace difícil pensar que hasta hace una semana no tenía que hacer ningún esfuerzo para quedar con él, y cenar junto a Miguel, o correr, o bajar a Part Dieu, y ahora eso imposible. Veo como una puerta se cierra lentamente, y con todo lo que hicimos juntos las obligaciones nos separan. Pero lo veo tranquilo, con la hierba entre los dientes, tallando las mejores varas de la provincia y con la convicción de que pronto nos veremos.
No sé cual será el mejor recuerdo que tenga de él. Muchas veces hemos vuelto juntos por la noche en bici, hemos corrido una maratón, hemos entrenado, salido, bailado y (lo intentamos con éxito relativo) ligado. Los últimos días antes de irse sé que fueron tristes, pero su cara no reflejó más que en algún renuncio una mala mueca. Es un hombre de pequeños gestos, en cambio gran sentimiento.
Siempre sereno. En el cara a cara siempre, con generosidad, una sonrisa burlona. Cauto por naturaleza. Su arte en el baile se recuerda noche a noche en los barcos, que sin tan buen cliente esperan el deshielo para partir a su encuentro.
Si me tuviese que quedar con dos momentos, y sería como amputar los recuerdos, escojo dos abrazos, uno de reencuentro y otro de despedida. La despedida cuando cogiste el bus camino del aeropuerto. El reencuentro cuando en la meta de París nos abrazamos los tres: Miguel, tú y yo.
Enano, eres la ostia!!!
1 comentario:
no vas a ganar el nobel de literatura pero entiendo todo lo que quieres decir...y lo comparto...grande santi
Publicar un comentario